¿Un (des) acuerdo nacional? (publicado en www.clubdelprogreso.com)

Sin pena ni gloria transcurrió el llamado a la concertación nacional realizado por el Presidente Nestor Kirchner en estos últimos tiempos en aras de convocar a referentes de la oposición para conformar un gobierno de “unidad nacional”.
El aparente fracaso del “llamado de la selva” puede leerse a la luz de dos posibles explicaciones que podemos ensayar al respecto, teniendo en cuenta particularidades personales e históricas que rodean al actual primer mandatario que han sobrellevado a este magro resultado político al respecto.
En primer lugar debemos recalcar que el presidente ha demostrado poseer un ansia de acaparamiento del poder público como pocas veces se ha visto a lo largo de nuestra democracia contemporánea. Los continuos ataques a la prensa como así también las inéditas reacciones desde los ámbitos decisorios ante cualquier disenso emanado de sectores diversos de la sociedad son claras muestras de la intolerancia “pingüina” de todos los días.
Y en este teatro de acciones difícilmente se consigan actores que estén dispuestos a representar el papel de partenaire de una estrella que no admite brillos propios, y menos si ello trae consigo visiones distintas de las adoptadas por el poder kirchnerista. Entonces la pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿es honesta una concertación o acuerdo político por el cual la usina de decisiones tenga un solo libro de ideas y un solo dueño? ¿es correspondiente con un sano ejercicio de la República y de sus instituciones?
Como es sabido, el diseño de políticas llamadas “de Estado” no puede realizarse a costa de una anterior y profunda deliberación de las posibles alternativas en juego y de todas las posiciones del escenario social. Luego de escuchar todas las campanas que suenan en el concierto de una sociedad como la nuestra pueden delinearse directrices en todas las materias pertinentes para luego sí, en forma posterior, ser llevadas a cabo más allá del color partidario del poder de turno.
Claros ejemplos de acuerdos nacionales han sido el español (“Pacto de la Moncloa”) y la concertación realizada en Chile, luego de la dictadura de Augusto Pinochet, y claros han sido también los logros (aunque sin obviar los errores cometidos) alcanzados durante los gobiernos que las sucedieron. Y estos acuerdos tuvieron la particularidad de celebrarse luego de vivencias para nada democráticas en ambos países, y de situaciones sociales muy desesperantes. Pero a la llegada de la democracia, ambos países supieron superar sus diferencias y lograron sellar políticas inmodificables por los gobiernos que sobrevinieran, so pena de ser considerados faltantes a los intereses nacionales básicos.
Mas debemos traer a consideración la segunda causa de la imposibilidad de una concertación en la actualidad en nuestro país, y que se aleja de las consideraciones personales del presidente Kirchner para involucrar más precisamente al partido político que representa.
En tal sentido no podemos dejar de destacar que la historia y la realidad nos enseñan que el Partido Justicialista lejos se encuentra de ser considerado un partido cuya defensa de los principios democráticos de gobierno sea un pilar fundamental de su práctica política cotidiana. Por más que le pese a muchos, el verticalismo imperante en el partido de gobierno impone que siempre haya una voz de mando poco afecta a intercambios de opiniones ni mucho menos a disputas de espacios de poder en ningún lugar donde ello sea posible.
La sed de poder del Poder Justicialista es eterna: cual Leviatán todo lo quiere controlar, todo lo quiere decidir, todo lo quiere. Con reminiscencias netamente fascistas, el partido ha sabido siempre, desde su creación, ser un protagonista de suma relevancia en la escena política argentina, ya sea como detentador del poder formal como así también del poder real. O de ambos a la vez, por supuesto.
Y gobernar con el Partido Justicialista como oposición es una aventura que pocos han podido sortear sin chamuscarse en el intento. Si el justicialismo no tiene el poder lo ambiciona por todos los medios, aún los no contemplados por nuestra carta magna.
Entonces, debemos concluir manifestando una profunda resignación a que en las actuales circunstancias pueda llegarse algún día a que los partidos políticos conformantes del abanico de poder en nuestro país se sienten en la misma mesa y delineen, una vez por todas y para siempre, las pautas que habrán de regirnos.

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